Valledupar: La del Cielo Azul, la brisa de la Sierra y el Río Guatapurí

Tal vez corría el año 2009 y una mañana mientras me trasladaba a mi lugar de trabajo en el bus que me movilizaba, escuche en la emisora que llevaba sintonizada el conductor una voz muy melodiosa con acento costeño que cantaba:

“Porque el folclor de mi Valledupar
Donde el amor nace en mil corazones
Se eternizó en el alma del Cesar
Y en la alegría de mil acordeones.

Ya no hay casitas de bahareque
Se llenó el Valle más de luces
No venden ya arepita e’ queque
Merengue, Chiricana y dulce”.

Ese día sin saberlo cree una conexión con esta hermosa ciudad, Valledupar, la del Cielo Azul, la brisa de la Sierra y el Río Guatapurí. Ese día no sabía, pero esa canción contaba una historia de cómo es la capital Vallenata. Inicialmente los cantantes de vallenato eran juglares que iban de pueblo en pueblo llevando en sus interpretaciones los sucesos más importantes de toda la provincia.

En mi caso el canto que le dedicaban a una mujer, no se quien sea, pero con seguridad existe en la vida del autor, sirvió para engancharme con la ciudad que conocería en el año nuevo de 2022; Durante mucho tiempo me quedé con la parte de la canción que dice “Ya no hay casitas de bahareque, Se llenó el Valle más de luces, No venden ya arepita e’ queque, Merengue, Chiricana y dulce”.  Trece años después de escuchar por primera vez la canción tuve la oportunidad de visitar y empezar a conocer a Valledupar y conocí las casitas de Bahareque ubicadas en el centro histórico, degusté algunos de sus ricos platos típicos, me extasíe con el cielo de color azul que sirvió como fondo para todas mis fotografías, me sorprendí con la floración amarilla del árbol de Cañaguate los cuales adornan sus calles y también pude sentir en mi piel el agua del Río Guatapurí.

Ya había leído sobre el mito de la sirena del Rio Guatapurí, donde cuenta que una niña en un jueves santo había desobedecido a sus padres quienes le dijeron que no podía bañarse en las aguas del río. Al momento de leer la historia no lograba comprender porque esa niña había tomado esa decisión.

Antes de llegar al Guatapurí había tenido la oportunidad de sentir en mis manos el agua del río Badillo y ver sus majestuosas rocas que lo hacen ver imponente aun en verano. Alguien me dijo quien se mete al Guatapurí no se quiere salir; y efectivamente así fue.

Camine un par de calles antes de llegar al río y entrar por la zona del puente peatonal. Había carpas con ventas de comidas y ya el caudal se hacía sentir con un fuerte sonido, las rocas grandes aparecieron y el cielo azul terminaba de pintar esa escena. Hasta ese momento subestimaba la leyenda de la sirena.

Al llegar a la orilla en compañía de mi esposa e hija me senté sobre una roca y solo metí mis pies al agua, la sentí fría pero agradable, muy cerca y sobre la orilla había muchos peces que se movían rápidamente en busca de alimento. Ya estaba allí y aun no me decidía a darme un chapuzón en las aguas del Guatapurí; además debo aclarar que no soy muy amante de este tipo de actividades, soy más un hombre de tierra que de agua. En ese momento me quedaban solo 90 minutos de un paseo que había iniciado el 02 de enero de 2022 y ya estaba en el 05 de enero y eran aproximadamente las 10 am.

Al ver a mi alrededor y pensar “ya estoy aquí no como no darme un chapuzón… y quien sabe cuándo pueda volver hasta acá” me decidí, me acerque a mi hija y le dije vamos a darnos un baño en el Río. Ella se emocionó mucho y tomo mi mano para caminar río adentro. Lo primero fue sortear el pequeño cardumen de sardinas y cachamas, tres pasos más adelante había dos rocas grandes que las cubrían el agua, allí el agua ya me daba en la rodilla, el cuarto paso puso el agua en mi cintura y el pecho de mi hija; finalmente después de cinco pasos ya estaba en la mitad del río en ese sitio que le llaman el puente peatonal.

Sujetaba a mi hija mientras ella se sumergía y salía para dar patadas e intentar nadar, pero la corriente le ganaba; mientras tanto yo seguía pensando si me mojaba totalmente. En ese momento ya no había vuelta atrás. Me repetí con determinación no vas a llegar hasta aquí para quedarte con el agua a la cintura, fue en ese instante que me lancé contra la corriente sumergiendo todo mi cuerpo y sentí el agua fría del Río Guatapurí. Esos pocos segundos, tal vez dos, fueron un flashback y recordé cuando me decían que el que se bañaba en las aguas del Guatapurí no se querría salir y recordé rápidamente la historia de la sirena.

Al salir sentí de inmediato el aire fresco, aquí debo hacer una escala térmica con mis palabras para poder describir la temperatura del aire: imagínense un aire cuya temperatura es el límite entre templado y frio…no es tibio, pero tampoco es frio, así es la brisa de Valledupar que viene directamente de la Sierra Nevada de Santa Marta, la que en años atrás era cubierta por nieve perpetua en sus picos más altos.

Fue en ese preciso instante cuando salí a flote que entendí la razón por la cual la niña de la leyenda desobedeció a sus padres y un jueves santo se dio un baño en las aguas del Guatapurí. Creo que sentí, así como sintió ella como después del chapuzón frio en el agua, el aire fresco la cobijaba y la motivaba a quedarse.

Hoy de regreso a casa la nostalgia me invade y deseo volver al Valle, porque allá todo está lleno de historias cantadas al ritmo de caja, guacharaca y acordeón; además porque el que se baña en el Guatapurí…vuelve. Así como al inicio de este relato hice referencia a una estrofa de Nació Mi poesía, debo cerrar con un estribillo que dice “Ay vamos a llenar de cariño los amaneceres del Valle” … esta será seguramente la continuación de una nueva visita a Valledupar.

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Mi Primera vez en el Estadio… Como Papá

Algunas veces los sueños salen tal cual los soñamos, pero muchas veces se dan con ciertas variaciones. Este último es mi caso.

Esta historia se desarrolla donde la había soñado tal vez hace unos 20 años atrás, en el estadio Pascual Guerrero de Cali. En el sueño estaba con quien imaginaba que podría ser mi hijo, llevándolo en hombros con una camisa verde del Deportivo Cali y caminando por la calle contigua a la caseta La María. Cuando digo que los sueños algunas veces salen tal cual los soñamos, es porque es así, poquísimas veces se dan tal cual; en mi caso solo se dio lo de ir al estadio con mi retoño.

20 años después no soy padre de un hijo, sino, de una hermosa niña; no llegue con ella en hombros porque finalmente fuimos al estadio por primera vez cuando ella tiene 8 años y no vestía una camiseta del deportivo Cali, sino de la Selección Colombia; y para completar el equipo el que se viste de verde y lleva el nombre de la ciudad hoy cuenta con estadio propio, el cual está mas cerca de Palmira que de Cali y para llegar hasta allá ya me da pereza.

Cuando me di cuenta que la Selección Colombia de Futbol Femenina jugaría un partido amistoso en Cali inmediatamente supe que era el momento de ir con mi hija al estadio y a mitad de semana salí con ella a comprar las entradas, dado que el juego estaba programado para el sábado 23 de octubre de 2021 a las 5:00 pm.

Ahora solo debíamos esperar el momento y ella quien era la protagonista de esta esperada salida, inmediatamente se dio cuenta que iría al estadio busco en su guarda ropa cuál de las camisetas de la selección Colombia usaría; como es la vida se encontró 2 camisetas de Colombia, 1 de Boca Junios que usaba cuando probó suerte en un equipo de futbol del barrio, pero aún no tiene la del Deportivo Cali; tal vez porque aún no hemos ido hasta Palmaseca a verlo jugar.

Las horas previas al encuentro nuestra ciudad se vio sorprendida por una tremenda lluvia que trajo vientos fuertes, granizo, lluvia fuerte y en algunos sectores tormenta. Era el medio día y la ciudad se veía como si fueran las 6:00 de la tarde… estaba muy nublado y con la lluvia, las calles inundadas y algunos sectores sin energía eléctrica llegue a pensar que no podríamos ir.

Finalmente salimos a eso de las 4:00 de la tarde hacia el estadio que está a unas 12 calles de nuestra casa, pero el recorrido de ida lo hicimos en un taxi ya que ella estaba un poco ansiosa y no quería caminar. Siempre le he dicho que al estadio se va caminando; otra razón más para decir que los sueños muchas veces no salen como los soñamos, ya que para ver a nuestro equipo debemos ir a una ciudad vecina llamada Palmira.

Con la requisa de rigor, extrema por demás debido a los vándalos que entran al futbol vestidos con los colores de los equipos, entramos por primera vez al Olímpico Pascual Guerrero; ella no lo supo, pero lo sabrá cuando lea esta crónica, y es que en mi garganta se hizo un nudo, mis ojos se hacía agua y mi corazón se aceleraba a medida que buscábamos nuestro lugar en la tribuna oriental.

El estadio tenía grandes parlantes que amplificaban la música de moda y ella no lograba escuchar mi voz entrecortada, pero así estaba, mis emociones a tope y ella algo timada observaba mientras yo secaba las sillas donde nos sentaríamos, ya que debido a la lluvia que había caído horas antes todo estaba mojado.

El encuentro entre las Selecciones de Chile y Colombia femeninas inicio y a medida que avanzaba el partido mis emociones se fueron regulando, ella observaba y mientras tanto yo le enseñaba cosas que sucedían en medio del juego.

 Del partido debo decir que ellas, Las Chicas Super Poderoras, definitivamente tienen aquello que le hace falta a la selección absoluta masculina de mayores, ellas tienen técnica, pero sobre todo tienen la decisión de ir al frente a ganar. No daban un balón por perdido, eran solidarias en las posiciones del campo de juego, había conexión entre cada una de las líneas de juego, pero sobre todo se veía una gran conexión entre el medio campo y el ataque. Alrededor nuestro todos eran expertos y hacían comentarios como si fueran expertos jugadores de futbol; pero al final eso solo era su ego de machos que no los dejaba tranquilos al ver a las jugadoras sacar adelante un juego que por largo tiempo se ha dicho que es para hombres.

Volviendo al momento que compartía con mi hija, llego el momento que me dijo “este futbol si me gusta, y el de los hombres no tanto porque son muy bruscos” y me pidió que volviéramos al estadio. Por lo tanto, llego el momento de compararle una camiseta del Deportivo Cali y disponernos a viajar para llegar hasta el estadio que está a unos 70 minutos de nuestra casa.

Durante el encuentro las emociones estuvieron a flor de piel y sobre todo verla disfrutar los momentos del partido, pero sobre todo ver como ella celebraba los dos goles que nos regaló la selección Colombia fue indescriptible. Definitivamente fueron 90 minutos de mucha emoción.

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