Casa Museo Efraím Martínez – Un vacío lleno de Nostalgia

De Efraím Martínez nunca había escuchado, pero si había tenido la oportunidad de apreciar uno de sus trabajos más representativos “La Apoteosis de Popayán”; esta obra tuvo para sí ser considerada el óleo más grande del mundo durante mucho tiempo.

Apoteosis

Apoteosis de Popayán

También nuestra ciudad, Santiago de Cali, cuenta en el Teatro Municipal Enrique Buenaventura con una muestra del talento del maestro Efraím Martínez en el Foyer del teatro. Se trata de tres trípticos, los cuales son considerados como uno de los tesoros más importantes de la ciudad.

Durante mis visitas al teatro municipal he podido apreciar la obra del Efraím Martínez y nunca imagine tener la oportunidad de visitar el lugar donde él residió. Gracias a una invitación hecha por Federico Orozco, director de la Escuela de Fotografía EduImagen, quien conocía a la única heredera de la casa Martínez y actual ocupante de este pequeño complejo compuesto por la casa museo y la casa de habitación.

La llegada al sitio mostraba un barrio popular en una colina de la ciudad de Popayán y al acercarnos se dejaba ver una casa en lo alto de una pequeña montaña, fue cuando el Maestro Orozco dijo llegamos. Y como si se tratara de un portal en el tiempo a medida que nos acercábamos el escenario fue cambiando.

Antes de ir de visita en una conversación sostenida con Federico Orozco, me había hecho referencia al robo que tuvo lugar en la casa museo, y que no sabía cuánto habían dejado y el estado de esas obras; así que había una expectativa de llegar pero realmente no sabía que encontraría.

Las puertas se abrieron y dar los primeros pasos fue sentir un ambiente pesado, lúgubre monocromático que por momentos se hacía colorido gracias al cielo azul y los árboles y al pasto que crece en el piso hecho en cemento. Por fin estaba frente a la casa museo, un lugar construido a finales del siglo XVIII.

Nos recibe la única heredera del maestro Martínez y nos advierte del estado actual de la casa y en su mirada se nota la desazón, esa sensación de impotencia que la lleva a creer que no hay razones para luchar y restaurar esta joya arquitectónica, aunque no lo manifiesta abiertamente pero si lo deja saber entre ideas.

“es que de nosotros se olvidaron todos…la alcaldía, Popayán entero y hasta el ministerio de cultura… y los arreglos son muy costosos…decía ella”

Antes de abrir las puertas nos advierte de la gran humedad que invade los salones del museo, gracias a unas goteras que ella mando a reparar pero que no causaron el efecto deseado pues el techo se cae por partes, las paredes se siente heladas, los hongos crecen en las estructuras metálicas de algunas lámparas que aún se sostienen del techo. La humedad es tal que hace unos días al inicio de la mañana, había dejado adentro del salón principal de la casa museo un colchón y al finalizar la tarde lo retiró y para su sorpresa encontró que estaba totalmente impregnado de agua.

Estando adentro la sensación de impotencia se apodera de mí al ver el estado de las cosas; un lugar que en otrora era un recinto dedicado al arte hoy simplemente alberga desolación, algunos marcos de las obras robadas y oscuridad, porque por seguridad y para evitar un incendio por cortocircuito la corriente eléctrica fue aislada.

Nos abren las ventanas y la luz del día entra para iluminar las salas, el viento se mezcla con el aire encerrado, supongo que eso mismo sentiría si viviera la experiencia de estar en la apertura de una tumba egipcia.

Es algo extraño porque aun la luz no alcanza para cubrir en su totalidad los salones de la casa museo, es como si la oscuridad se resistiera a ser llenada por la luz, algo realmente extraño. Caminando lentamente por los espacios disponibles encontré lienzos literalmente lavados por el agua, en donde se podían apenas distinguir lo que antes era arte, dejados en el suelo a lo que les queda de suerte.

El polvo, la telaraña, lo que queda de un caballete, una cabeza de lo que supongo iba a ser un niño, algunos retratos hechos a lápiz y carboncillo, la orden de caballero y unas fotografías del día de su condecoración y otras en las que aparece el maestro Efraím Martínez con algunos personajes en la casa es lo poco que ocupa este lugar.

Al ver las fotos en las que se veía al maestro en la casa y al comparar como se ven actualmente es cuando esa extraña sensación me invade porque en mi cerebro se pone la imagen actual y verla en paralelo con la foto de más de 50 años siento que la casa quiere volver a ser como era antes, llena de vida, con visitantes que la admiran por su calidez y belleza, con tertulias, con visitantes ilustres…

La casa quiere vivir, ella se resiste al deterioro y paso del tiempo; la vieja casona soporta por ella y por su dueña Pilar Victoria Martínez los embates de los elementos, resiste a quienes han entrado a robarla; si lo dijera en palabras modernas tendría que decir que la casa está en modo de ahorro máximo de energía.

Al salir y despedirme de doña Pilar volví a cruzar ese portal y dejaba atrás el ambiente monocromático para volver a full color; un busto del maestro Martínez quedaba como testigo inmóvil de nuestra visita, el mismo que años atrás observo detalladamente a los hombres que entraron y profanaron su casa museo.

PD: La Casa Museo Efraím Martínez esta pidiendo a GRITOS la ayuda de la comunidad no solo de Popayán, sino, que lo hace a todo el país. Si usted está leyendo este documento puede o tiene la posibilidad de trascender en alguno de los estamentos de cultura del país por favor haga ese llamado a la solidaridad con este sitio que aun con lo que queda de él y las obras y recuerdos del maestro Martínez, siguen siendo Joyas del arte nacional.

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